lunes, 1 de junio de 2020

La Chica de Corona

Primera Parte


 1

Cuando Helen despertó en la mañana de aquel día, nunca hubiera imaginado que si vida cambiaria drásticamente en un solo abrir y cerrar de ojos. Todo era normal y cotidiano, hizo sus cosas como cualquier otra chica, pero algo pasó no pudo identificar o siquiera recordar, ya que los eventos ocurridos aquella tarde fueron borrados de su mente de alguna manera. Solo recordaba que fue junto con sus amigas al centro comercial, a comprar unos zapatos y tal vez algo de maquillaje extra. “Tal vez”, porque no lo recuerda siquiera.
Siempre compraba cosas para maquillarse ya que era en extremo vanidosa en comparación a sus otras amigas. De pelo largo obscuro, buscaba maquillaje para resaltar en tonos también obscuros y contrastar con su tersa piel blanca. Cualidad que aprovechaba en su trabajo de medio tiempo como edecán, era en específico edecán de la famosa marca de cerveza Corona, en donde su trabajo era salir a bailar en eventos deportivos y promocionales luciendo entallados trajes azules con el logo de la marca. Tenía una gran cantidad de fans debido a ello además de la cantidad de selfies que constantemente se tomaba.  
Pero ahora ya no podía hacer eso. No podía hacer nada.
Despertó encerrada en una habitación fría y obscura. Las paredes estaban sin repellar dando un color gris apagado con acabados toscos. Estaba atada de pies a cabeza, con sus piernas juntas y fuertemente atadas, difícilmente podía sentarse o hincarse. Sus brazos, atados fuertemente a su espalda, estaban completamente inmovilizados. Pero lo que más le sorprendió es que estaba vestida enteramente con su atuendo de edecán. Incluyendo unos zapatos de tacón abrochados a sus tobillos por medio de un pequeño cinturón. Su entallado traje azul se ceñía sobre todo su cuerpo como en aquellas ocasiones en las que salía a bailar y lucirse, pero no podía entender de donde lo sacaron, como lo obtuvieron, debieron haberse metido a su casa y revisado sus cosas. O quizás fue cuando la secuestraron. En algún momento tuvieron que ir por ella y sus cosas, la drogaron y la trajeron. Y eso solo significaba una cosa: La estuvieron vigilando por mucho tiempo.
Esa idea la llenó de terror.   
Si se tomaron tantas molestias, seguramente planearon algo igual o más complejo sobre lo que van a hacer con ella. Seguro la violarían. Eso es inevitable.
Quería llorar.
Su respiración se aceleró, pero tenía que concentrarse. Comenzó a mirar alrededor, a examinar la habitación. Estaba un poco sucia, gris, casi sin iluminación. Estaba sobre una pequeña colchoneta en el piso y de su espalda estaba sujeta una cadena anclada en la pared.
“Genial” pensó. En definitiva, no podía escapar.

Pasaron las horas. Nadie venia. Sus brazos se entumieron atados a su espalda y sus piernas también. Tenía ganas de ir al baño y también hambre y sed. Tenía la garganta terriblemente seca ya que estuvo gritando por algún tiempo, pero nadie vino. Se recostó sobre la colchoneta y se dispuso a esperar, resignada.



 

3

Despertó
No supo cuánto tiempo durmió, aunque todavía se sentía agotada.
De repente notó las sensaciones de su cuerpo inmovilizado y sintió un terrible dolor en las articulaciones de su mandíbula. Era por la mordaza. Teniendo tantas horas aquella bola de caucho metida en su boca le había causado entumecimiento y espasmos musculares que se convirtieron en lago muy molesto y doloroso. Ahora tenía una sed terrible y la garganta completamente seca. Perdió muchos líquidos debido al constante babeo producido por no poder cerrar su boca, escurriéndosele la saliva por las aberturas entre sus labios y la bola de la mordaza. Quiso moverse nuevamente, sabía que no podía escapar, pero mínimo quería regresar a la colchoneta, sin embargo, estaba terriblemente débil, no se sentía con fuerzas.
“Por dios, y esto apenas está empezando” pensó.
Nuevamente no supo cuánto tiempo más pasó hasta que la puerta se abrió de nuevo.
Era el mismo hombre, vestido de la misma manera.
Se acercó a la chica y la sujetó por los hombros para hincarla en el suelo. Ella gimió de dolor debido al entumecimiento. Notó que estaba sucia, tenía la entrepierna manchada y húmeda por los orines. Su traje de edecán, terso, limpio y reluciente, confeccionado de una lycra brillante color azul rey, estaba ahora manchado por la suciedad del suelo, el sudor, la saliva y los propios orines de la chica. De cierta forma, esto lo éxito mucho. Mirándolo bien, a sus pies se encontraba aquella mujer hermosa, de pechos voluptuosos y cintura diminuta, su cuerpo atlético y tonificado denotaban que era una mujer físicamente fuerte, que puede resistir mucho. Seguro se divertirá con ella por mucho tiempo.
Desabrochó la mordaza, quitándosela bruscamente.
Helen soltó un grito ahogado, no podía emitir sonido alguno debido a lo seco de su garganta. El fuerte dolor en las articulaciones de su mandíbula impedía que pudiera siquiera cerrarla, permaneciendo en la misma posición, con la boca abierta.
-Tienes sed ¿verdad? -, dijo su captor.
Helen no pudo decir nada, pero sus ojos se llenaron de desesperación. ¡Por supuesto que quería agua!
Del bolsillo de su pantalón extrajo una botella de plástico pequeña, de un cuarto de litro de agua cristalina. Lo abrió. Helen no paraba de mirar la botella, comenzó a temblar por la ansiedad.
-Seguro que la quieres ¿Verdad? -dijo su captor-, pero si quieres que te la dé me tienes que entregar algo a cambio. Necesito saber que estás dispuesta a cooperar. ¿Entiendes?
La pobre chica no podía decir nada. Solo girar con su cabeza y mirar profundamente devastada a su captor con la esperanza de que le diera un poco de agua. Con las pocas fuerzas que tenía pudo articular una palabra simple y de forma débil.
-Sí-, dijo.
-Sí ¿qué? -dijo su captor en tono autoritario.
Helen asintió con la cabeza, y después dijo en voz baja y entrecortada:
-Cooperaré.
Aquel hombre sonrió. Se hincó detrás de ella y con fuerza jaló de su cabello hacia atrás de tal forma que la obliga a mirar hacia arriba, con su boca aún abierta. La chica apenas se quejó cuando le metió de pronto la botella de agua en la boca, inundando su garganta de agua fresca. Comenzó a moverse para zafarse del jalón de cabello, pero al final se concentró en beber toda el agua que pudiese. Cuando terminó, se le había escurrido un poco de agua que le empapó el pecho, pero estaba satisfecha. Su captor se levantó y la miró severamente.
-Espero que sepas que ahora tenemos un acuerdo.
Helen no tuvo otra opción más que asentir con la cabeza.  
Entonces la arrojó al piso, le desató las piernas y le quitó la cadena. Apenas podía moverse, sus piernas entumecidas no le respondían, comenzó a temblar. Su captor solo la observaba para ver como reaccionaba, viendo como apenas se movía, arrastrándose como reptil, entonces, la sujetó de las cuerdas que mantenían sus brazos atados a su espalda y la levantó, obligándola a estar de pie, forzando a sus piernas a que aprendieran a sostenerla de nuevo. Helen gritó de dolor, pero al cabo de unos minutos y con un gran esfuerzo, pudo estar de pie otra vez sobre sus piernas y zapatillas de tacón alto.
-Muy bien-, dijo aquel hombre. -¿Quieres que te desate los brazos?
Helen, con el rostro lleno de sudor, con varios de sus propios cabellos pegados en la cara, asintió jadeante.
-No te oigo.
-S… Sí. Desátame los brazos.  
-¿Qué más?
Helen no supo qué responder. Lo miró con un gesto de incomprensión.
-Amo-, dijo su captor-. Soy tu amo y quiero que lo entiendas. Cada que te refieras a mi tendrás que hacerlo como tal. ¿Entendido?
La chica asintió. No tenía otra opción.
-Entonces-, dijo su captor-. ¿Qué es lo que quieres?
-Por favor… desátame los brazos… Amo.
-Muy bien-, dijo su captor. Le retiró algunos de los cabellos del rostro para poder verla mejor, acercándola hacia él tras jalar una de las cuerdas que la sujetaba.
-Pero antes tienes que ofrecerme algo. ¿Qué me ofreces?
La chica lo miró con expresión interrogante. No sabía a que se refería, pero podía intuirlo.
-Así es. Tienes que darme a probar algo, así yo te doy algo. Intercambio. Trueque. Así funcionan las cosas aquí. Son las reglas.
Helen continuaba sin saber que responder.
-Quiero que seas tú la primera que ofrezca. Que sea por tu voluntad. Pero bueno, te la pongo fácil. Te pido solo tres cosas y de ellas tú escoges una. ¿Qué parte del cuerpo quieres que te toque primero?
Por unos instantes no supo qué responder, Helen lo miró con expresión interrogante. No sabía qué hacer. Pero para su captor era de esperarse su respuesta. Durante cientos de años, esta vieja táctica de interrogación ha prevalecido. Se busca llevar a la víctima al extremo, al límite de sus capacidades físicas y mentales, aislándolo, sometiéndolo, castigándolo, manipulando su voluntad hasta que no quede nada. Es en este último paso en donde se llega al objetivo, el llamado “rompimiento”, siendo cuando su carácter finalmente se quiebra dejando de lado cualquier cosa que tenga que ver con su integridad física y emocional, con tal de recibir un momento de paz, aunque sea muy efímero. Esta chicha, una joven fuerte, vanidosa, superficial, no llegaría al rompimiento tan rápido, su captor sabía perfectamente que tomaría tiempo, tal vez días, ella solo accederá por algunas ocasiones con tal de ganar algo de tiempo y saber qué hacer. Pero para su mala fortuna su captor ya lo tenía todo planeado.
-Así es, ¿Qué parte quieres que te toque primero? - Insistió aquel hombre-. ¿Cuál me vas a ceder?
Helen no supo qué responder, sabía perfectamente que tenía que ceder algo, o de lo contrario la castigaría de alguna forma, no quería ni imaginárselo y aunque por mucho que se negara tenía que darle lo que quiere. Así que tuvo que preguntar.
-¿Qué es lo que quieres?... Amo.
-Tus pechos, tu trasero o tu vulva. Tú eliges.
Helen cerró los ojos, muy a su pesar sabía que tenía que cederle algo, definitivamente no quería sus asquerosas manos toqueteándola, presionando constantemente sobre su cuerpo, pero dadas las circunstancias, no tenía opción. No quería sentir su mano en su entrepierna, ni tampoco en sus nalgas, así que optó por lo más simple y directo: sus pechos.
Se acomodó frente a él, arqueó su espalda y sacó el pecho, sus senos firmes apuntaban directamente hacia su captor. Este sonrió, era un buen comienzo, de todas formas, tenía planeado hacerlo quisiera ella o no, aunque en realidad hubiera preferido castigarla con unos buenos azotes hasta que cediera. La tomó por la cintura acercándola hacia él bruscamente para luego apoyar ambas manos sobre sus pechos presionándolos fuertemente. Helen se quejó, ahogando un grito para luego contener la respiración y cerrar los ojos. No quería ver. Su captor la empujó hasta estar contra la pared y la mantuvo ahí hasta mientras toqueteaba su busto. Lo hacía constantemente, apretando y aflojando, suave y fuerte, masajeando, moviendo la palma de su mano y sus dedos por toda la superficie, la suave tela del traje de Helen hacia más excitante la experiencia. Luego procedió a apretar sus pezones, moviéndolos, rozándolos y pellizcándolos, como si se tratase de la perilla de un radio que estuviera sintonizando. Los constantes cambios entre el dolor de los pellizcos y las suaves caricias la llenaban de sensaciones extrañas, entre la idea de liberarse u huir y la posibilidad de llegar a un acuerdo con su captor para que no la maltratase la llenaron de un montón de sentimientos encontrados. Cerraba sus piernas y levantaba sus rodillas cada vez que le pellizcaba sus pezones o le acariciaba los pechos. Y por alguna razón que no quería pensar ni cuestionar, se estaba excitando. Cerró sus ojos y esperó, no supo por cuanto tiempo, hasta que terminó.

 

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